Las aguas residuales de cien mil personas acaban cada día en el río, cuyo caudal a su paso por la comarca a la que da nombre baja cubierto de suciedad y hedor
Las obras de la Junta para depurar la carga contaminante de Cártama, Coín, Alhaurín el Grande, Álora y Pizarra acumulan una década de parálisis.Fuente,: Diario Sur.
Caballos pastando sobre el verdor que crece entre los juncos, una garza real oteando el paraje, unos patos aleteando para levantar el vuelo junto a los eucaliptos, tortugas asomando su cabeza mientras avanzan entre las húmedas rocas,... El tramo intermedio del río Guadalhorce, el que discurre por la comarca a la que baña, tiene todos los ingredientes imaginables para ser catalogado como un enclave idílico.
La depuradora del Bajo Guadalhorce, a la espera de los terrenos
El caso de la depuradora del Bajo Guadalhorce parece la historia de nunca acabar. Prevista en la confluencia de los ríos Grande y Guadalhorce para dar servicio a Álora, Pizarra y Coín, la Junta llegó a adjudicar las obras en febrero de 2007 (5,9 millones la planta y otros 5,7 para las tuberías). Pero las dificultades de los ayuntamientos para obtener los terrenos, las idas y venidas de Coín en su idea de contar con una propia obligando al modificar el proyecto (finalmente lo ha descartado por motivos económicos) y la falta de disponibilidad presupuestaria por parte autonómica se encargaron de enterrar la actuación. Después de años de parálisis, la Consejería de Medio Ambiente ha reactivado el proceso expropiatorio con la idea de que antes de que concluya el año puedan arrancar las obras, que se financiarán al 80% con fondos europeos y el 20% restante con parte del dinero que las arcas autonómicas vienen recaudando con canon de infraestructuras que se aplica en la factura del agua.
La actuación que sí es una realidad, con un coste de 8,6 millones, es la creación de una tubería que recogerá las aguas de Alhaurín el Grande y Cártama hasta el río Campanillas, donde está previsto que conecte con otro colector hasta la tercera depuradora de Málaga. El problema es que la construcción de esta planta al norte del aeropuerto sigue bloqueada a la espera de que Junta y Ayuntamiento consensúen su capacidad de tratamiento y su financiación.
Basta con elevar la vista desde el puente metálico de la Estación de Cártama, donde precisamente hay un área recreativa para que las familias puedan disfrutar del entorno, para quedar prendado de una estampa espectacular. La pena es que toda la escena se resquebraja en el momento en el que uno pone pie en la ribera y camina río abajo. La primera bofetada la da el hedor que impregna el ambiente. La segunda, comprobar que la explicación a ese mal olor está en el cauce. El caudal baja escaso, como es habitual en esta época del año, pero lo que no resulta tan normal (aunque también es frecuente en esta zona) es que el agua fluya por una orilla de un color azulado y marrón por la otra. Dos tonalidades y ninguna propia de un río.
A lo largo de sus 166 kilómetros desde su nacimiento en Villanueva del Trabuco, es en este punto donde el Guadalhorce aflora sus vergüenzas. O más bien, las de unas administraciones públicas que consienten que el río más importante de la provincia sea el sumidero donde van a parar las aguas residuales de cien mil personas (unos 17.000 metros cúbicos diarios). Y de ahí, directamente al mar, por mucho que se vayan diluyendo cuando aumenta el caudal y que las represas que jalonan el cauce ejerzan de filtro. Además, la carga contaminante también llega a los canales de riego de la comarca, como el que atraviesa Alhaurín de la Torre y que desde hace semanas ha trasladado las natas hasta el arroyo Bienquerido, en la zona de Arcos de Zapata.
Principal punto negro
A la espera de que Nerja se quite el sambenito de ser el único municipio costero de la provincia que sigue vertiendo sus aguas al mar sin filtro previo (la entrada en servicio de la depuradora que se está construyendo se prevé para mediados de 2017), el río Guadalhorce es el principal punto negro en materia de saneamiento.
El vertido cero, a cero
Pese a ello, la realidad es que el reto del vertido cero no se ha cumplido, dado que el plazo marcado por la Unión Europea expiró el pasado 1 de enero. Desde entonces, el Estado (aunque la responsabilidad se iría derivando al resto de administraciones) se expone a nuevas sanciones de la Comisión Europea, como la que desde 2011 pesa sobre España a razón de unos diez millones anuales por la falta de depuración en 38 localidades de más de 15.000 habitantes, entre las que por parte malagueña aún continúan Nerja, Alhaurín el Grande y Coín.
MIGUEL CANTOS
Vecino de Cártama
Lo único que baja es mierda. Perdón por las palabras, pero no se puede decir de otra forma»
«Es lamentable cómo está el río. Nos estamos cargando un paraje espectacular. Con todo el dinero que los políticos se han gastado en los últimos años bien que podrían haber destinado una parte a acabar con estos vertidos, pero se ve que estas obras no lucen», se queja José Miguel Guzmán, un profesional del senderismo que ejerce de guía para este periódico después de conocer de primera mano el estado que presenta el río. «Nunca había estado por aquí porque no es fácil el acceso, pero me llamaba mucho la atención el mal olor que hay por la noche cuando cruzas el río por la autovía a la altura de Cártama, así que fui con mis perros desde el puente río abajo y lo que me encontré fue tremendo», comenta refiriéndose al caño de agua procedente de Cártama que acaba en el río, punto en el que las natas empiezan a aparecer adheridas a ambas márgenes del cauce.
Continuando el recorrido, apenas un kilómetro más abajo aparece una nueva entrada de agua, más cargada de materia orgánica y que es la que le aporta al caudal esa tonalidad marrón. Distinto color, pero igual de maloliente. «Lo único que baja es mierda. Perdón por las palabras, pero no se puede decir de otra forma».
Los vertidos tiñen el agua de azul en un punto, y de marrón en otro.
Este ejemplo de contundencia es de Miguel Cantos, que habla con conocimiento de causa porque lleva toda la vida viviendo en Doña Ana, una barriada cartameña rodeada de fincas de cítricos y situada en plena ribera del Guadalhorce (tan cerca que se inunda cada vez que se produce una crecida cuando llueve con intensidad). «El agua siempre está así, aunque con las lluvias toda la porquería se va diluyendo. Es una pena cómo está. De pequeños nos bañábamos aquí». Ahora, a ver quién se atreve
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