Desi, ayer, a su llegada a la Protectora. Carlos Moret. Fuente.: Diario Sur.
La podenca abandonada en Las Pedrizas fue rescatada ayer por la Protectora de Animales.
Desi ya tiene quien la cuide. La podenca abandonada hace años en un área de recreo de Las Pedrizas, que sobrevivía gracias a los cuidados de los trabajadores del restaurante La Dehesa (a la que debe su nuevo nombre), de una gasolinera y a los viajeros, fue rescatada ayer por la Protectora de Animales de la capital. Este periódico contó el pasado fin de semana la historia de la perra, que se mantenía a la espera del regreso de su amo en este enclave, y que había esquivado, con enorme agilidad, decenas de intentos por atraparla.
Finalmente fue Gabriel Viano, de 28 años, lacero de la Protectora, quien logró acercarse lo suficiente como para lanzarle un dardo tranquilizante: «Yo mismo lo he intentado dos veces antes, pero a pie era imposible, ni con el lazo ni con la red ni con la comida; es muy rápida y esquiva». Ayer fue con un cachorro, pero no le hizo caso y se retiró. Incluso se escondió en el campo, pero la vista entrenada de Viano la localizó debajo de unos matorrales. «Con la furgoneta fui despacio hasta que se confió y le lancé un somnífero con la cerbatana».
Ya en el refugio de La Virreina, una de las primeras preocupaciones de los responsables de este centro, que dirige Carmen Manzano, es la cojera que arrastra en una pata, al parecer tras ser atropellada hace meses por un coche. Aunque, de momento, lo primero será quitarle de encima las pulgas y las garrapatas, y hoy se someterá a un reconocimiento veterinario.
Los trabajadores de La Dehesa y los de la gasolinera La Sierra, junto con numerosos turistas, conductores y vecinos, se han ocupado de darle cariño y comida desde que apareció por allí. La mayor parte del tiempo lo pasaba bajo una pequeña palmera que hay junto a los aparcamientos del restaurante, aguardando, en vano, la vuelta de su dueño. Quienes conocían su historia no se resistían a comprarle patés, embutidos y leche caliente, mientras que los empleados le tenían siempre un cuenco con pienso y agua. A partir de ahora, su vida de perros empezará a ser un poco menos de perros.
La podenca abandonada en Las Pedrizas fue rescatada ayer por la Protectora de Animales.
Desi ya tiene quien la cuide. La podenca abandonada hace años en un área de recreo de Las Pedrizas, que sobrevivía gracias a los cuidados de los trabajadores del restaurante La Dehesa (a la que debe su nuevo nombre), de una gasolinera y a los viajeros, fue rescatada ayer por la Protectora de Animales de la capital. Este periódico contó el pasado fin de semana la historia de la perra, que se mantenía a la espera del regreso de su amo en este enclave, y que había esquivado, con enorme agilidad, decenas de intentos por atraparla.
Finalmente fue Gabriel Viano, de 28 años, lacero de la Protectora, quien logró acercarse lo suficiente como para lanzarle un dardo tranquilizante: «Yo mismo lo he intentado dos veces antes, pero a pie era imposible, ni con el lazo ni con la red ni con la comida; es muy rápida y esquiva». Ayer fue con un cachorro, pero no le hizo caso y se retiró. Incluso se escondió en el campo, pero la vista entrenada de Viano la localizó debajo de unos matorrales. «Con la furgoneta fui despacio hasta que se confió y le lancé un somnífero con la cerbatana».
Ya en el refugio de La Virreina, una de las primeras preocupaciones de los responsables de este centro, que dirige Carmen Manzano, es la cojera que arrastra en una pata, al parecer tras ser atropellada hace meses por un coche. Aunque, de momento, lo primero será quitarle de encima las pulgas y las garrapatas, y hoy se someterá a un reconocimiento veterinario.
Los trabajadores de La Dehesa y los de la gasolinera La Sierra, junto con numerosos turistas, conductores y vecinos, se han ocupado de darle cariño y comida desde que apareció por allí. La mayor parte del tiempo lo pasaba bajo una pequeña palmera que hay junto a los aparcamientos del restaurante, aguardando, en vano, la vuelta de su dueño. Quienes conocían su historia no se resistían a comprarle patés, embutidos y leche caliente, mientras que los empleados le tenían siempre un cuenco con pienso y agua. A partir de ahora, su vida de perros empezará a ser un poco menos de perros.